VIA CONTRARIA

El secuestro o la nariz de Pinocho


Salvo que les fueran a ser transferidos en modernos títulos de
deuda –como certificados- o depositados en una cuenta en
Suiza o en cheque al portador (todo lo cual es improbable), el
supuesto rescate solicitado parece una paradigmática
zoquetada
.Por: Víctor Bautista


Desde su génesis, el secuestro del joven Eduardo Baldera Gómez me pareció una suerte de novela policíaca mal estructurada.

En el climax de un suspenso de 23 días, ahora veo el hecho como una infeliz narrativa gótica que incumplió con su cometido: los misterios carecen de explicación lógica al final.

Asi es que Arthur Conan Doyle debe tener fruncida la frente en el más allá, observando la adulturación del género novelesco que nos legó con Sherlock Holmes.

Con unos niveles portentosos de estupidez unos tipos se presentan, rostros descubiertos, a la casa de la novia de Baldera y lo arrestan. Ella, agazapada como sanguijela, se constituye en prisión y va con él.

Los cacos, vistos por ella, deciden abandonarla sin que les preocupe ser delatados o, al menos, descritos físcamente. Un secuestrador que se respete no se permite el lujo de crear un testigo tan sólido que a posteriori se convierta en una amenaza.

¿No resultaba menos complejo interceptar al muchacho en cualquiera de esos caminos por los que andaba solitario y raptarlo sin testigos?

¿Y qué decir de la petición del rescate en una sola llamada telefónica que transgrede el límite de lo racional? Cinco millones de dólares son un camión de dinero, RD$180.0 millones de pesos.

Salvo que les fueran a ser transferidos en modernos títulos de deuda –como certificados- o depositados en una cuenta en Suiza o en cheque al portador (todo lo cual es improbable), el supuesto rescate solicitado parece una paradigmática zoquetada.

La novela es mala porque –en cierto momento- abandona sus rasgos policíacos para convertirse en tragicomedia: captura de gente presuntamente implicada que no ofrece pistas de los secuestradores; rapto de terceros por parte de la Policía y tortura a unos pobres campesinos de Bonao para que confesaran lo que no sabían.

La ilógica alcanza su cenit al final de la historia, que es donde está la médula, materia de estudios para sicólogos, siquiatras, antropólogos y sociólogos.

Baldera, según su propia confesión, estaba atado con una cadena, las manos esposadas y el rostro generalmente cubierto, pero sabía que uno de sus captores subía a una montaña para recibir informaciones del “mundo exterior” sobre los pormenores del rapto.

Ha dicho que ambas ataduras cedían al momento de comer –y también por las noches. Es decir, estaba ante unos secuestradores que no medían el riesgo intrínseco para un posible escape.

Una buena madrugada su custodio más cercano se cepillaba los dientes y fue cuando Baldera se lanzó a rodar por un barranco. Al llegar al fondo se incorporó para hacer una jornada de huída y caída en cinco horas (uno no sabe como cronometró toda la escena), sin que sus secuestradores armados se molestaran en perseguirlo o, al menos, dispararle al ver que su carnada para pescar US$5.0 millones se les iba de las manos.

Al amanecer, Baldera hallaría un paisaje bucólico: un hombre ordeñando una vaca, a quien se le presenta y es éste quien lo saca a la parte urbana. El jefe de la Policía prefiere hacer una corrección al capítulo para decir que dos agentes –parte de una avanzada que iría directo al lugar del cautiverio- rescataron al joven.

Pero, bueno, esto no merece discusión. Es un asunto de ego, de complejo épico, de un delirio por la construcción de epopeyas imaginarias.

Lo que sí concita mi atención es que, tras 23 días en cuativerio, con la amenaza de muerte constante colgada a sus oídos, atado, vendado, y habiendo huido errante por cinco horas, cayendo y levantándose, Baldera no saliera de su calvario hacia una sala hospitalaria.

Ni siquiera el reposo en el hogar le sedujo, al menos por lo que restaba del día, y prefirió encabezar, impávido, una caravana con el estruendo típico de los políticos.

Luego, tras 23 días malpasando la vida, Baldera madrugaría, para ir de Nagua (¿lo habrá hecho en helicóptero?) a la misa dominical de la Policía.

Yo que él, habría ido a la capilla del campesino que ordeñaba la vaca. Quizás sólo eso hubiese disminuido el mar de suspicacia con que nos deja este secuestro.

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